sábado, 6 de enero de 2018

Blasco de Garay, 59, 28015.

Echo de menos el ruido de las sirenas policiales a través de mi ventana,
el llanto de una ambulancia que sube por mi calle hacia el hospital
dibuja la intermitente figura de un árbol de luz naranja
que se estampa en mi pared blanca y oscura por una persiana medio cerrada;
por la parte medio abierta entra, anaranjado y oloroso, el destello del camión de la basura,
arrastran los cubos y vuelan las bolsas que los chatarreros no han dejado deshechas.
Al rato, tres borrachos patean los cubos y las metálicas persianas,
cinco minutos que son dos horas cuando ya da igual dar vueltas en la cama.
Silencio… un coche que llega, pasa, se aleja…
Parpadean ahora mis ojos para dar paso al momento borroso que precede a todo sueño.
Escucho… ¿el teléfono? ¿el timbre? Subnormales, algún día mataremos a alguien…
Duermo.
Luz.
Despierto.
Pitido de camión marcha atrás.
Arrastran cajas, entra el olor a muerte de un cigarrillo por la junta mal cerrada de mi ventana.
Es lunes. El camión de Danone que surte al supermercado me da los primeros buenos días;
los segundos me los brinda un taladro mecánico junto con los impacientes cláxones de los rencorosos madrugadores por obligación.
Huele a café.
Me da dolor de estómago.
¿Y si me levanto?
Mi cojín de entre las piernas está en los pies.
Abrazo a la almohada y espero.
Desespero.
Debería mear, pero mi forma natural de despertar me lo impide hasta dentro de unos diecinueve minutos.
¿Y si espero más? 
Me aburro.
Me desespero.
Me levanto.
Tengo sueño.

                        M. L. K.

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