Sinceramente, siempre he creído que las personas estamos bastante insensibilizadas, que ya pocas cosas nos sorprenden. Uno de los ejemplos más claros está en nuestro día a día creo yo. Quiero pensar que es una práctica habitual y extendida (y no una de mis rarezas…) el comer o cenar viendo la tele. Podemos estar degustando nuestros alimentos perfectamente mientras vemos como masacran a un montón de personas en una revuelta o como no sé cuántas personas acaban de morir en una explosión de un avión. Esta falta de escrúpulos hacia tan graves hechos es lo que me ha hecho pensar numerosas veces que tenemos una gran carencia de sensibilidad. Si a esto le sumamos que la gente empieza a ver como algo normal los acontecimientos violentos y sin ningún tipo de sentido (bajo mi punto de vista), casi podríamos afirmar sin equivocarnos que estamos algo “deshumanizados”. Lo digo entre comillas porque, si algo nos hace persona es esa reflexión, esa conciencia, esa voz interior que te dice que pienses, que recapacites por favor. Aunque cuando encontramos personas en las que su conciencia no realiza su función o la lleva a cabo sin ningún efecto, son las peores personas del mundo (seré original y citaré el ejemplo de lo que sufrieron los judíos en la Segunda Guerra Mundial, creo que nadie ha citado nunca este ejemplo…). Visto todo esto, vemos que, somos capaces de lo mejor y de lo peor y es algo que me preocupa…
El otro día, cuando había perdido bastantes esperanzas y creía tener asumidas todas las cosas malas del mundo, asumidas sin remedio ya que, como son inevitables creía que no tenía ningún sentido mostrar una preocupación por estas… Pues eso, el otro día, me encontré con un chaval de corta edad que sufría una enfermedad por la que había tenido que pasar por quirófano varias veces y le quedaban otras tantas y, siempre, tenía el riesgo de morir… Quise pensar que, lógicamente, era algo por lo que preocuparse pero, no podía hacer nada y no tenía sentido darle vueltas. Quise seguir en mi estado mental de indiferencia, quise seguir pensando en mis cosas, apartando la mirada como tantas veces hacemos al pasar cerca de una persona que pide limosna para poder comer. No pude. Sólo pude pensar una y otra vez en el problema del chaval. Me sentí mal, fatal, con los ojos llorosos, mi cabeza empezó a dolerme… ¡Qué bonito es como nuestro cerebro puede convertir el dolor psíquico en dolor físico!
Esto me ha hecho ver que no estamos tan insensibilizados como parece que, puede que veamos como lejanos los problemas que nos llegan a través de la televisión o cualquier otro medio pero que, en realidad, cuando vivimos ciertas experiencias, por muy insensibles que nos hayamos hecho, sentimos esa empatía, esa impotencia, esa cierta culpabilidad por no hacer nada, ese “runrun” en nuestra cabeza… Me ha hecho pensar que no somos tan malos. Claro que, luego, te asomas a la ventana y ves como alguien le da una paliza a otra persona y, la gente, normalmente no hace nada, mira para otro lado, incluso hay quién justifica al culpable y “ataca” a la víctima…
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