sábado, 6 de septiembre de 2014

Un día de lluvia

Me apetecía escribirte algo que leerías en un día de lluvia. En realidad no un día, más bien una tarde. Una tarde de septiembre, con olor a nostalgia, vuelta al cole y nuevas a la par que antiguas sensaciones. Estabas en tu habitación, algo oscurecida por el nublado y lloroso cielo, hasta que decidías levantarte para mirar por la ventana. Mirabas la lluvia, ninguna gota en concreto. A veces lo intentabas, pero pasaba demasiado rápido. Y sin embargo, en esa sensación de rapidez, tú eras capaz de notar cómo se paraba el mundo, se paraba el mundo en esas gotas que te separaban del mismo. Detrás de ti tienes el escritorio. Una silla de oficina que todavía no ha aprendido a adaptarse a la anatomía de tu espalda. Un flexo que te recuerda al de Pixar, y una hoja en blanco, una libreta a medias y un bolígrafo negro casi vacío. Empieza a llover más fuerte y te das cuenta porque te empiezan a salpicar las gotas, que rebotan en el alféizar, en la cara. No te importa, no dejas de mirar. No sabes a dónde miras. No sabes qué ves. Simplemente una sensación. Te apetece leer, ver una película de las que apetecen ver los días de lluvia. Quedarte abrazado a la persona que te gusta abrazar los días de lluvia, o quizás a un cojín de los que se abrazan en los días de lluvia. No hay tormenta. Es una lluvia calmada. No quieres escuchar la música que escucharías en un día de lluvia, prefieres escuchar esa lluvia que no escucharías un día de sol. Ya no ves nada, tienes que encender la luz, pero enciendes el flexo, que solo te ilumina parcialmente, ilumina tu ventana, lo justo para que esa persona que pasa por la calle vea tu ventana, borrosa por las gotas y sepa que es la ventana que vería en un día de lluvia. Vería tu silueta, pero no sabría si llora, porque tus gotas son las mismas que las de la lluvia. Pensaría que miras por la ventana como le gusta mirar a la gente en un día de lluvia. Se estaría mojando, porque no lleva paraguas, o sí lo lleva, no lo sabes, pero cuando llevas paraguas todo da igual, te mojas como te mojas en los días de lluvia. Pasea mojándose, limpiándose las ideas y ensuciándose las botas. Las farolas se unen a tu flexo de Pixar y se encienden con esa luz naranja que tanta melancolía deja ver en las gotas los días de lluvia. Pasan horas, caen las gotas, se embarran botas. Sigues mirando por la ventana como se mira los días de lluvia y no has cenado, aunque te apetezca comer las cosas que se comen los días de lluvia. Sales a pasear, con paraguas o sin él, te da igual. Y te mojas y despejas, para llegar a casa con un paso que suena cómico, dejando la huella por el pasillo de la melancolía, la huella de los días de lluvia. Dejas el paraguas en la pila, te quitas la ropa, te das una ducha, algo calentita, como se dan en los días de lluvia. Te pones el pijama y acercas esa silla inadaptada a tu ventana para seguir mirando la lluvia, para seguir mirando la nada. Se pierde otra vez tu mirada, nunca sabes dónde mira. Vuelves a tu cama, ahora llueve en tu almohada, como llueve las noches de lluvia.

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