Tú me pides, blanca, que escriba
los versos en prosa que harán que olvides tu día.
Los mismos versos, la misma prosa,
que arderán durante toda la vida.
Tú me extiendes, temblorosa, valerosa,
tu mano que quiere saltar la verja.
Yo te acerco, noches de desenfreno,
la pala con la que taparemos la fosa.
Te quiero y te quiero llevar al sueño.
Y mi tinta, mi cuento,
lo que llamas mi talento,
te han convertido en musa,
a ti, que nunca creíste ser poesía.
Y yo sé,
desde la primera rima,
a quién se refería Bécquer con poesía.
Me invadiste con tu risa.
Eres suave, eres brisa.
Rozar tu pelo mi mejilla era todo lo que quería.
Y dejé, dejé de escribir poesía,
y empecé, empecé a escribir poesía.
En el cuarto, con los pies dolidos
y cada centímetro de mi espalda molido,
no paraba, aún seguía,
aun viviendo en habitaciones separadas,
yo quería estar contigo,
que me susurraras al oído
que odias la música de Sabina.
Es tarde, por favor,
solo te pido,
que nunca más me pidas que escriba poesía.
Nunca más hagas eso,
no antes sin mirar al espejo
y preguntar al reflejo
dónde está la poesía
pura esencia de mi vida.
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