¿Puede ser una alegría el motivo de nuestra tristeza?
¿Puede darnos lagunas, desiertos y quebraderos de cabeza?
¿Puede afectar en el corazón de nuestra entereza?
¿Puede hacernos sentir vasallos entre la realeza?
¿Puede un hecho, una palabra, cambiar nuestra naturaleza?
Una y otra vez las mismas preguntas sin aparente respuesta.
Sólo dudas, sólo recuerdos, sólo palabras, sólo ausencia.
Ausencia, ¿de qué? Ausencia de su presencia.
Sólo un acto, un saludo, un simple levantar de cejas,
aparente motivo de alegría y causa de mis quejas.
Quejas que rondan y vuelan en mi cabeza,
sin rumbo alguno, se van por las ramas.
De rama en rama, de árbol en árbol,
de bosque en bosque… De sol a sol,
sigo preguntando cómo un motivo de alegría,
puede causar tantos dolores de cabeza.
No es dolor, es algo mucho peor.
Es resignación, ansia por algo mejor.
Es el sueño de un futuro que parece imposible,
es intentar hacer encajar las piezas del puzle.
Es reposar en el alféizar más alto y mirar a lo lejos,
mirar en busca de una respuesta,
respuesta a una pregunta que nunca fue hecha.
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