Cómo todas las buenas historias, todo empezó un verano, en un pueblo con mar y con dos jóvenes, Ander y Elaia. Él tenía 16 años y ella 15. Cada verano desde que tenían memoria iban a aquel bonito pueblo, alejado e incomunicado de todo. Sin televisión, sin móvil, sin internet, nada. Tan sólo árboles, arena, montaña, pájaros, personas y la inmensidad del océano como límite. Nada más. Como todo pueblo alejado y aislado del resto del mundo, sus habitantes apenas llegaban a ser más de cien y, la media de edad rozaba fácilmente el siglo. Si bien cada año que se veían disfrutaban el uno de la compañía del otro, este año parecía que algo iba a cambiar…
Ander levantó las dos manos se irguió y dio una gran bocanada de aire fresco mientras intentaba mantener la concentración y el equilibrio para no caerse de la bici mientras bajaban aquella gran pendiente. Por otra parte, Elaia lo seguía desde atrás, con ambas manos en el manillar y con los ojos cerrados, abriéndolos de vez en cuando para no desviarse del camino y, simplemente dejando que aquella brisa que movía su castaño cabello, se recreara en su cara dándole una sensación de libertad inexplicable. Al final de la bajada, Ander apretó el freno trasero con todas sus fuerzas, apoyó el pie derecho en el suelo e inclinó el manillar hacia el mismo lado mientras hacía contrapeso con el cuerpo. La bici derrapó a lo largo de unos seis metros levantando una gran nube de polvo. Elaia, para no imitar a Ander, se limitó a ir frenando poco y, cuando paró a unos cinco metros de la polvareda que acababa de levantar su amigo, se limitó a suspirar, abrir los ojos y mirar el azulado y despejado cielo en el que había unas nubes enormes, blancas y dispersas pero que, en contraste con aquel azul celeste y el negro y blanco de las gaviotas que volaban en dirección al mar, era algo increíblemente precioso. Simplemente indescriptible, uno de los pocos placeres que no se pueden pagar. Bajando la vista de las nubes, Elaia vio aparecer a Ander de la nube de polvo que todavía le rodeaba. Él la miraba, como siempre, con una sonrisa. Elaia nunca había visto a Ander triste o de algún otro modo que no fuera riendo. Le parecía algo raro porque toda la gente en algún momento no está riendo pero a la vez le gustaba y admiraba esa capacidad. Entonces, a pesar de que solía preguntar cosas extrañas o sin sentido alguno, le preguntó algo que no se esperaba.
-Elaia, ¿qué te pasa?-. Lo dijo con cierta nostalgia en los ojos pero sin perder la sonrisa. Ella frunció levemente el ceño e hizo un pequeño gesto con la cabeza desplazándola hacia atrás. Mostraba cierta sorpresa.¿Cómo podía saber Ander que le pasaba algo? Ni ella misma tenía muy claro lo que le ocurría. Es decir, tenía todo lo que tiene cualquier niña de quince años normal. Disfrutaba de la música, se agobiaba en el colegio, hablaba de chicos con sus amigas, de vez en cuando escribía alguna que otra historia fantástica, veía la tele y, todos los veranos disfrutaba de un mes increíble con su familia en el pueblo y con su amigo Ander, nada más. Pero, por otra parte, sabía que algo ocurría ese año, que algo cambiaría pero, no tenía muy claro del todo el qué.
-¿Eh?-consiguió articular Elaia todavía con gesto de sorpresa.
-Sí, te noto extraña, distante… Bueno, más extraña de lo normal…-.Al oír esto Elaia cambió su gesto de sorpresa por un gesto de enfado y Ander se limitó a sonreír.
-¿Cómo que más extraña de lo normal?-preguntó casi gritando.
-Sí, siempre te embobas con las nubes, el cielo, las olas, la brisa…y lo entiendo porque yo también pero ahora… no sé, algo ha cambiado.
-Lo…lo sé- dijo con voz temblorosa y algo dubitativa Elaia.
Mientras hablaban habían dejado las bicicletas apoyadas en el suelo y habían empezado a andar hacia la playa. Era un lugar increíble, si se desviaban hacia la derecha´, irían hacia el acantilado des del que se veía una cala que, por las noches se llenaba de agua con la subida de la marea. Por la izquierda, irían hacia la orilla de aquella desierta playa. Cogieron el camino de la izquierda y, como no, continuaban con la conversación.
-Si lo sabes podrías decirme qué es lo que te preocupa y no tendría que comerme la cabeza buscando una explicación, ¿no crees?-Tras decir esto, Ander se paró cogiendo a Elaia del brazo y haciéndola parar junto a él y que le mirara cara a cara. Ella se quedó bastante descolocada sin saber que decir y finalmente consiguió hablar.
-No puedo.
-¿Por qué?
-Pues simplemente porque…
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