lunes, 11 de junio de 2012

La leyenda del arrecife del Pez león (Capítulo III)

Aquella noche Ander no pudo dormir. Algo se había despertado en su interior, una especie de voz, impulso o lo que fuera que no le dejaría dormir bien los siguientes meses. Elaia tenía toda la razón del mundo, dentro de poco todo cambiaría. Con el tiempo, cada uno haría la vida por su parte y pronto, el uno para el otro no serían más que el recuerdo de una amistad de varios veranos. ¿Pero por qué le preocupaba esto? ¿Por qué motivo no podía parar de preguntarse y otra vez si quería que esto fuera así? No lo sabía. No sabía nada.

Lo pensaba cada vez más y más y nada tenía sentido. Nada, absolutamente nada le había quitado el sueño antes. Pero ahora, algo que ni tan siquiera había ocurrido, empezaba a preocuparse. Ander pensó que quizás era verdad eso que se suele decir de que no te das cuenta de lo importante que es algo hasta que lo pierdes. Pues bien, Ander no había perdido a Elaia, ni siquiera se había preocupado nunca porque eso pudiera ser un problema, pero se estaba dando cuenta de que la perdería. Necesitaba hacer algo, pensar qué podía hacer. Pero todo eran problemas. No podía dejar su vida para irse con Elaia porque eran jóvenes todavía. De hecho, no sabía ni siquiera si eso que sentía por Elaia, que posiblemente llevaba dentro de su corazón y solo había salido a la luz tras la posibilidad de perderla, era amor, una enfermedad cerebral o simplemente gases. Cuando pensó esto sonrió. Por muy profundo o preocupante que fuera el tema sobre el que pensaba no podía evitar hacer bromas o buscar algo de humor en él. El caso es que no podía saber sí realmente la quería por el único motivo de que los sentimientos son de esas cosas indescriptibles en la vida. Nadie le podía explicar qué era estar enamorado, no se podía describir con palabras, es una de esas cosas que hay que vivir para saber lo que es. Maldijo que no hubiera una explicación exacta y precisa por parte de la ciencia de esta sensación, que no se pudiera acabar de explicar con simples cambios químicos como la segregación de hormonas, la activación de cualquier zona del cerebro u otras cosas. Lo maldijo pero a la vez se dio cuenta de que era algo bueno. Sabía que cuando explicas las cosas pierden parte de su encanto. Si el mundo y la vida un truco de magia, él no quería saber cuál era el secreto. Puede que se pasara la vida preguntándose cómo funcionan las cosas pero, al no saberlo, se fascinaría una y otra vez al verlas…

Ander abrió los ojos entrecortadamente debido a la molesta luz de la mañana que entraba por los agujeros de la mal cerrada persiana. No recordaba cuándo se consiguió quedar dormido pero sabía que fue tarde. Lo primero en lo que pensó, cómo no, fue en Elaia. Sonrió resignadamente para sí mismo. Entonces le vino a la memoria otro dicho, algo romántico y que nunca se había creído. Era aquél que decía que si te duermes pensando en alguien esa persona soñará contigo. No pudo evitar reírse en voz alta porque pensó que, si eso era cierto, Elaia debería denunciarle por acoso o ponerle una orden de alejamiento u algo así porque siempre pensaba en ella y, por lo tanto, se le aparecería hasta en los fugaces sueños de la siesta. Desayunó, se dio una ducha de agua fría para despejarse y fue al porche a por la bici. Había quedado en ir a llamar a Elaia pero todavía era más pronto de la hora a la que solían quedar. Fue directamente hacia un gran árbol a las afueras del pueblo. Le encantaba subir en aquél árbol. Dejó la bici en el suelo y se enfiló en sus ramas hasta llegar a la más gruesa, donde se tumbó, mirando las nubes en el azul cielo a través de las verdes hojas mientras una leve brisa acariciaba los pelos del flequillo que caían sobre su frente. La banda sonora la pusieron unas cigarras y el piar de algún que otro pájaro. Cerró los ojos, suspiró sonriendo y por fin consiguió dejar la mente en blanco por completo. De hecho, se quedó dormido.

-¿Ander?- preguntó Elaia.- ¡Ander!- insistió chillando desde abajo del árbol.

Elaia no podía verle la cara desde allí abajo pero sabía que estaba allí por la bici. Había salido a buscarlo porque nunca solía tardar tanto y, después de ir a buscarlo a casa recordó que, en una ocasión, hacía algunos años, Ander había cogido el coche de su padre para probar cómo sería conducir y lo había estampado contra una maceta. Asustado y ante el miedo de la bronca que le caería, huyó y se refugió en el árbol donde, tras buscarlo medio pueblo durante unas horas, lo encontraron dormido y con cara de haber llorado. El caso es que allí estaba, lo había conseguido encontrar pero, si estaba allí era porque algo le preocupaba… o tal vez no. Quizás simplemente era un lugar donde se sentía seguro y le gustaba ir para olvidar todo. Todas las personas tienen un sitio especial, puede ser cutre, puede ser un simple árbol, una gran roca, un tejado, una habitación, un parque… puede ser cualquier sitio, pero el caso es que todos tienen un lugar en el que cuando van el mundo se para por un momento. Elaia no estaba segura de si ese era uno de esos sitios para Ander. Se lo tendría que preguntar pero antes necesitaría despertarlo.

Las cigarras se habían callado ante la voz de Elaia.

-¡¡¡Ander!!!- chilló a pleno pulmón.

-¿Qué… quéeeeeaaaaaaa!- Ander calló en seco al suelo, no se acordaba de que estaba en aquél árbol. Elaia se quedó sorprendida, petrificada sin saber qué hacer.

-¿A… Ander?-preguntó acercándose al cuerpo de su amigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar!!! Cuantas más opiniones lea mejor visión del mundo tendré (o al menos eso intentaré).