Llevaba bastante tiempo sin ocurrirme. La vida era fácil,
llevadera, entretenida, llana, sin nada a destacar. La verdad es que más que
vivir, lo que realmente hacía era sobrevivir. Todo lo que ocupaba mi día estaba
relacionado con mi propia subsistencia. Trabajaba para vivir. Además me
permitía llenar horas y horas que de otro modo me habría pasado pensando que
qué era lo que realmente estaba haciendo con mi vida. Hacía años que me había
acostumbrado a sobrevivir y conformarme con ello… pero apareció ella.
Ella era diferente. Para mí era perfecta, para los demás,
simplemente una más. Donde el resto del mundo veía defectos, incluso ella
misma, yo veía los mayores atractivos del mundo. Cuando se lo decía no me
creía, pero os puedo asegurar que no miento, ¿qué ganaría mintiendo? La verdad
es que mucho, a veces solo podemos mentir, porque la verdad puede ser tan
brutal, tan impactante, que el mundo real podría rechazarla y, más que el mundo
en sí, nosotros mismos no seríamos capaces de digerirla. ¿Y por qué tendrías
que mentir?, os preguntaréis. Pues bien, en realidad no tenía que mentir, simplemente
no contar la verdad y no me vengáis con eso de que la ausencia de la verdad es
lo mismo que la mentira porque puede ser, pero a veces, la ausencia de la
verdad ayuda mucho. El caso es que a pesar de su perfección tenía una “pega”,
posiblemente no era para mí. Estaba comprometida.
Comprometida. Me alegraba por ella, me costaba, pero me
alegraba. No, no estoy siendo un hipócrita, de verdad os lo digo, quería que
ella fuera feliz, aunque fuera a costa de mi propia felicidad. Pensaba en ella
y quería que fuera feliz, aunque fuera con otro y, la verdad, al principio
pensaba en mí también, que quería ser feliz y no me imaginaba un futuro en el
que fuera feliz sin ella, pero poco a poco me hice a la idea de que si la veía
a ella mínimamente feliz, yo también lo era. A veces una persona tiene la
capacidad de alegrarnos, aunque no se dé cuenta, sin motivo aparente,
simplemente tiene el don de cambiarte de humor, por el hecho de ser ella…
Cuando eso ocurre probablemente lo que sientes sea amor. Cuando vas cada día a
la oficina cinco minutos antes para comprar dos cafés y darle uno a ella,
cuando estás de compras y ves algo que sería un regalo perfecto para ella,
cuando ves su nombre por todas partes, cuando… cuando simplemente lo único que
piensas es en ella.
Hacía tiempo que no tenía ese problema y no sabía cómo
actuar. Había un problema añadido. Ella me hacía feliz por el simple hecho de
ser ella, pero ella, ella no parecía feliz, lo aparentaba la mayoría del
tiempo, había momentos en los que una mirada profunda y perdida en el
vacío me decía que algo no marchaba bien y me dolía, me dolía porque haría todo
lo que estuviese en mi mano por ella, daría mi propia vida, pero no podía, no
era para mí, estaba comprometida y era para otro, al menos de momento. Creo que
llevaba dos, quizás tres años de relación con su pareja, la verdad que nunca
escuchaba cuando me hablaba de ese tema porque solo conseguía unos ojos
llorosos que me costaban la vida esconder. No sería yo quien rompería una relación
tan larga y con una futura boda, no, yo no soy de esas personas. Pero quería
actuar. Con solo una palabra me habría tenido, me tendría, pero esa palabra no
llegaba. Yo no sabía qué hacer, ¿debía seguir esperando? ¿Era para mí?
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