domingo, 29 de septiembre de 2013

¿Te acuerdas?

¿Te acuerdas del tiempo que llevabas sin escribir? Y no estabas bloqueado, ni siquiera enganchado, simplemente no era momento de escribir. Tenías las mismas ideas de siempre, incluso más. En ningún momento dejaste de abrir y cerrar las negras tapas de cuero de tu libreta, cada día había varias cosas que escribir, varias ideas, varias formas de continuar aquella historia que una vez comenzaste… Pero no, no era momento de escribir. Te sentabas frente al teclado, con el cuaderno en el cajón de al lado, por si fuera necesario echar un vistazo, abrías el editor de texto y te quedabas mirando la intermitente barra, que espera impaciente a que tus dedos se pongan en marcha para poder avanzar. Pero la decepcionabas, no podías con sus ansias de avanzar en esa hoja en blanco porque no era el momento. Las historias no querían salir de las yemas de tus dedos, de algún modo no estaban preparadas, como un buen vino, parecía que necesitaran reposar para, llegado el momento, formar parte de una corriente de tinta que impregna el papel de las páginas de un libro acompañado por otros tantos en la estantería de una biblioteca.

En lugar de despojarte de todos esos cuentos, te parabas a pensar, habías empezado a fijarte en que había maneras de contar las cosas. Era una chorrada, eso era algo que se suponía que ya debías de saber, pero era ahora cuando te habías dado cuenta. ¿Cómo un tú puede ser más personal que un yo? ¿Por qué parece que te llega más? Y de repente, el viento entraba por el ventanal junto al que estabas sentado y te hacía mirar por la ventana. Mirabas aquella lejana ventana que brillaba en la noche, una noche de otoño. El destello de aquella ventana y la luz de una farola era todo lo que iluminaba la calle, nada más. Eran los causantes de ese tono anaranjado que recorría las blancas paredes y la grisácea verja de la casa de enfrente. Todo tenía aquel tono difuso que se veía acentuado cuando el ruidoso camión de la basura pasaba con su parpadeante y molesto piloto, sobre todo cuando estás ebrio, la habitación te da vueltas y lo último que necesitas es que esa ráfaga de luces se proyecte en el techo. Y ahí sigue la barra en la página en blanco del editor de textos, apareciendo y desapareciendo una y otra vez, recordándote que no es momento para escribir. Cualquier excusa es buena. Pero los dedos palpitantes e impacientes tienen vida propia, no se pueden estar quietos, necesitan redactar algo, lo que sea.

Llevas demasiado tiempo en esa situación y es insostenible. La historia tiene que salir, pero no una historia cualquiera, no un cuento que hayas contado antes, no, eso no tendría sentido. Una nueva situación requiere de una nueva forma de actuar, así que una noche, tras un paseo, te sientas y mientras miras las pocas estrellas que se dejan ver en un cielo urbano lleno de nubes anunciantes de tormenta, por fin vuelves a escribir, bueno, en realidad no vuelves a escribir: empiezas.

2 comentarios:

  1. Me gusta señor Buenos! Una nueva entrada debe tener un motivo por el que escribir. Espero más entradas ;)

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Gracias por comentar!!! Cuantas más opiniones lea mejor visión del mundo tendré (o al menos eso intentaré).