Es un día como cualquier otro, esperas en la estación a que llegue el puntual tren. Es el medio de transporte más puntual jamás visto, al menos en Valencia, ya que en las pantallas luminosas que anuncian la dirección y hora de llegada, constantemente cambian esta última, con lo cual, es imposible que llegue tarde. Qué bonito sería que todos tuviésemos el poder de Metrovalencia para jugar a nuestras anchas con el tiempo. El caso es que esperas, sacas el móvil y miras los últimos tuits de aquellas personas que sigues. El metro llega, mientras pasa por delante tú miras tu reflejo en su acristalado costado. Estás bien peinado, esto es, despeinado. Se para y deslizas hacia abajo la palanca que abre la puerta. Había apoyada una chica escuchando música que da un pequeño saltito por el susto que supone que su punto de apoyo desaparezca. Te aguantas una leve sonrisa, disimulas y te apoyas en una de las paredes.
A cada parada se repite mecánicamente en tu cabeza la voz de esa mujer que en todo momento procura que sepas dónde estás. De fondo, el aire acondicionado puesto en modo esquimal y música clásica, no sabes quien es el autor, pero lo apropiado para el metro es que suene “Las cuatro estaciones”. Piensas esa gracia para ti mismo, tambaleas la cabeza por lo idiota que puedes llegar a ser y piensas en lo que harás esa mañana. Como cada día, no habrá ningún progreso en tu trabajo. Estás haciendo un trabajo de investigación, relacionado con las historias y los cuentos, como tantos otros sigues buscando estructuras universales que sean los pilares de todos los cuentos y, además, pretendes saber cómo afectan las historias al cerebro humano, cómo afectan en la formación del sujeto: una locura. Es tu segundo año de investigación y parece que no acabará nunca. Te reconforta saber que en un par de días empezarás a estudiar los cambios cerebrales en el individuo al contarle un cuento. Básicamente, unos cuantos voluntarios llenarán sus cabezas de cables, serán monitorizados y tú te dedicarás a contarles historias. Ni siquiera tendrás un bolígrafo en la mano con el que apuntar los resultados, las sesiones se grabarán y parte del trabajo que anteriormente hacían varias personas, lo podrás hacer tú con un clic en el ratón del ordenador.
La mecánica voz dice el nombre de tu parada. Bajas. Te diriges a las escaleras mecánicas, eres el primero y no funcionan. Pasas por delante del sensor que las activa, siguen sin dar señales de guardar energía en su interior. Das media vuelta y decides subir por las escaleras normales, pues utilizar las escaleras mecánicas cuando no funcionan produce una sensación de fatiga que no te proporcionará la fuerza y vitalidad necesarias con las que afrontar el día. Andas un par de kilómetros por una arboleda y llegas al centro donde estás realizando la investigación. Tienes un despacho que compartes con otros dos compañeros, una chica que acaba de empezar su tesis y un chico mayor que tú que lleva dos años sin progresos en su investigación, pero sus padres pueden permitirse el lujo de que el niño no avance. Sacas tu ordenador y miras una página de noticias. Nada nuevo. Parece un día normal, pero preguntas por el coordinador de proyectos, tu mentor, y todavía no ha llegado. Es raro, su puntualidad es incluso superior a la de Metrovalencia. De pronto se abre la puerta y aparece, sudoroso, con la respiración entrecortada y la camisa llena de grasa de motor.
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