La radio encendida. Se había dejado la radio encendida. Esa fue una de las claves, una de las cosas que desencadenó todo.
Acababa de hablar con ella y me preparaba algo caliente en la cocina, pero en mi cabeza resonaba ese “se ha dejado la radio encendida”. Yo le contesté que la bajara y no le di más importancia. Pero ahora no paraba de aparecer en mi cabeza una y otra vez. Entonces todo encajó. La radio encendida, claro. ¿Quién deja la radio encendida y se va? Lo hacen muchas personas, más de las que imaginamos. Y poco a poco fue surgiendo el resto de la historia. Además, tenía ya treinta y tres años. Trabajaba en una agencia inmobiliaria y acogía a jóvenes que visitaran la ciudad. Estaba todo tan claro. Se sentía solo de algún modo, era alguien que seguramente requiriera siempre de alguien cerca. ¿Trauma de la infancia? ¿Alguna pérdida? No, habría sido lógico pensar eso, pero no, no pensé eso. Me fui más al trabajo. Enseñar casas. Acompañar cada día a las distintas personas en busca de una casa, no, mejor, un hogar. Ver como toda esa gente conseguía vivir junta, un proyecto de vida, uno detrás de otro, esas parejas que formarían familias, verlo cada día para acabar volviendo solo a casa. Estaba muy claro. Sentí algo de compasión, ganas de darle una palmadita en la espalda.Pero la historia seguía.
Acabé mi té echando un buen chorreón de miel. Pero quemaba demasiado, así que, como cada noche, bajé a pasear mientras se enfriaba mi taza de té con miel. Mientras bajaba las escaleras todo tenía más sentido. Sentía un vacío, pero no era triste al revés, había encontrado la manera de llenarlo y seguir sonriendo cada día. La radio encendida… pensé que seguramente dormía con la radio encendida o escuchando música o algo por el estilo. Yo mismo he sido testigo de esas noches en las que la gente, gente que está sola, o simplemente se siente, llama a la radio para contar algo o únicamente para oír a alguien. Una simple voz, aunque lejana, es mucho mejor que el silencio del insomnio noche tras noche. Pero yo, yo estaba alegre. Él había sabido remediarlo, aunque yo había descubierto todo, estaba muy claro como para no ser verdad. Entonces pensé por qué estaría solo. No era su culpa, bueno sí. No siempre había estado solo, pero simplemente no funcionó. Unas veces la culpa fue de ella, otras, de él, unas cuantas la culpa no la tuvo nadie y otras tantas la tuvieron los dos. El caso es que él no estaba mal, era feliz así.
De repente me di cuenta, él no sabía nada, él no sabía que yo sabía, ni siquiera sabía que existía. Ahí estaba yo, sabiendo todo, recomponiendo y componiendo su historia, haciendo de aquella persona un personaje. Seguía paseando, el cielo estaba clarísimo, se veía cada estrella y esa media luna en la que no paraba de verla a ella… La echo tanto de menos… pero una vida, la vida, la voy a pasar junto a ella y soy feliz. Me acerqué al final de aquel descampado, junto a una pared con grafitis, de espaldas a un campo y sobre una acequia, miré a los lados y empecé a mear. Tenía muchas ganas, mientras seguía mirando a las estrellas. Acabé, tres sacudidas y seguí, mi té me esperaba. Había desmontado y montado toda su vida, lo sabía todo y la radio seguía resonando en mi cabeza y lo pensé cada vez con más ganas. Él no sabía nada y yo, yo había convertido a la persona en personaje, sería un personaje de una de mis historias, le pasarían cosas, no sé cuales, y seguramente, tras superar cualquier problemilla, acabaría siendo feliz, porque habría hecho algo para merecérselo. Me reía, caminaba por la calle y me reía, lo había convertido en un personaje y él no tenía la más mínima idea. Y un rayo relampagueó en mi cabeza. Espera… y si todos los personajes… ¿y si todos los personajes son personas que no saben que alguien en algún lugar está contando su historia? Había descubierto algo, tenía una frase, algo que escribir, estaba deseando llegar a casa para contárselo a ella. Subí, me quité la chaqueta y, mientras, seguía pensando. Vale, es muy bonita esa frase que se me ha aparecido y dice que todos los personajes son personas, pero… mi cabeza le dio la vuelta… ¿y si todas las personas somos personajes? ¡¡¡Boom!!! ¿Había descubierto algo? Ni idea, no lo sabía, pero me sentí, os lo puedo asegurar, por un momento me sentí un personaje y era todo tan…
Y llegué, y el té estaba casi frío, pero yo tenía que hablar con ella, decirle que una vez más me había inspirado para escribir, o simplemente decirle que escribiría y me sentí escritor por primera vez. La sensación de llegar a casa y decirle: tengo algo, voy corriendo a escribirlo, esa sensación despertó en mí una posibilidad de futuro, algo más que veía claro, algo que ocurriría junto a ella y que sería una entre todas esas millones de sensaciones buenas que me hacía sentir ella. Y con el último sorbo de té frío dejé la taza, mientras ella se me acercaba por la espalda, me daba un beso y yo la miraba mientras me decía que nos íbamos a dormir. La besé, me levanté y me fui con ella a la cama.
Acababa de hablar con ella y me preparaba algo caliente en la cocina, pero en mi cabeza resonaba ese “se ha dejado la radio encendida”. Yo le contesté que la bajara y no le di más importancia. Pero ahora no paraba de aparecer en mi cabeza una y otra vez. Entonces todo encajó. La radio encendida, claro. ¿Quién deja la radio encendida y se va? Lo hacen muchas personas, más de las que imaginamos. Y poco a poco fue surgiendo el resto de la historia. Además, tenía ya treinta y tres años. Trabajaba en una agencia inmobiliaria y acogía a jóvenes que visitaran la ciudad. Estaba todo tan claro. Se sentía solo de algún modo, era alguien que seguramente requiriera siempre de alguien cerca. ¿Trauma de la infancia? ¿Alguna pérdida? No, habría sido lógico pensar eso, pero no, no pensé eso. Me fui más al trabajo. Enseñar casas. Acompañar cada día a las distintas personas en busca de una casa, no, mejor, un hogar. Ver como toda esa gente conseguía vivir junta, un proyecto de vida, uno detrás de otro, esas parejas que formarían familias, verlo cada día para acabar volviendo solo a casa. Estaba muy claro. Sentí algo de compasión, ganas de darle una palmadita en la espalda.Pero la historia seguía.
Acabé mi té echando un buen chorreón de miel. Pero quemaba demasiado, así que, como cada noche, bajé a pasear mientras se enfriaba mi taza de té con miel. Mientras bajaba las escaleras todo tenía más sentido. Sentía un vacío, pero no era triste al revés, había encontrado la manera de llenarlo y seguir sonriendo cada día. La radio encendida… pensé que seguramente dormía con la radio encendida o escuchando música o algo por el estilo. Yo mismo he sido testigo de esas noches en las que la gente, gente que está sola, o simplemente se siente, llama a la radio para contar algo o únicamente para oír a alguien. Una simple voz, aunque lejana, es mucho mejor que el silencio del insomnio noche tras noche. Pero yo, yo estaba alegre. Él había sabido remediarlo, aunque yo había descubierto todo, estaba muy claro como para no ser verdad. Entonces pensé por qué estaría solo. No era su culpa, bueno sí. No siempre había estado solo, pero simplemente no funcionó. Unas veces la culpa fue de ella, otras, de él, unas cuantas la culpa no la tuvo nadie y otras tantas la tuvieron los dos. El caso es que él no estaba mal, era feliz así.
De repente me di cuenta, él no sabía nada, él no sabía que yo sabía, ni siquiera sabía que existía. Ahí estaba yo, sabiendo todo, recomponiendo y componiendo su historia, haciendo de aquella persona un personaje. Seguía paseando, el cielo estaba clarísimo, se veía cada estrella y esa media luna en la que no paraba de verla a ella… La echo tanto de menos… pero una vida, la vida, la voy a pasar junto a ella y soy feliz. Me acerqué al final de aquel descampado, junto a una pared con grafitis, de espaldas a un campo y sobre una acequia, miré a los lados y empecé a mear. Tenía muchas ganas, mientras seguía mirando a las estrellas. Acabé, tres sacudidas y seguí, mi té me esperaba. Había desmontado y montado toda su vida, lo sabía todo y la radio seguía resonando en mi cabeza y lo pensé cada vez con más ganas. Él no sabía nada y yo, yo había convertido a la persona en personaje, sería un personaje de una de mis historias, le pasarían cosas, no sé cuales, y seguramente, tras superar cualquier problemilla, acabaría siendo feliz, porque habría hecho algo para merecérselo. Me reía, caminaba por la calle y me reía, lo había convertido en un personaje y él no tenía la más mínima idea. Y un rayo relampagueó en mi cabeza. Espera… y si todos los personajes… ¿y si todos los personajes son personas que no saben que alguien en algún lugar está contando su historia? Había descubierto algo, tenía una frase, algo que escribir, estaba deseando llegar a casa para contárselo a ella. Subí, me quité la chaqueta y, mientras, seguía pensando. Vale, es muy bonita esa frase que se me ha aparecido y dice que todos los personajes son personas, pero… mi cabeza le dio la vuelta… ¿y si todas las personas somos personajes? ¡¡¡Boom!!! ¿Había descubierto algo? Ni idea, no lo sabía, pero me sentí, os lo puedo asegurar, por un momento me sentí un personaje y era todo tan…
Y llegué, y el té estaba casi frío, pero yo tenía que hablar con ella, decirle que una vez más me había inspirado para escribir, o simplemente decirle que escribiría y me sentí escritor por primera vez. La sensación de llegar a casa y decirle: tengo algo, voy corriendo a escribirlo, esa sensación despertó en mí una posibilidad de futuro, algo más que veía claro, algo que ocurriría junto a ella y que sería una entre todas esas millones de sensaciones buenas que me hacía sentir ella. Y con el último sorbo de té frío dejé la taza, mientras ella se me acercaba por la espalda, me daba un beso y yo la miraba mientras me decía que nos íbamos a dormir. La besé, me levanté y me fui con ella a la cama.
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