jueves, 30 de abril de 2015

Todavía aún recuerdo…

Todavía recuerdo aquella tarde
en que cosimos la marioneta favorita de Enare,
con aquel calcetín agujereado
que siempre asegurabas que era tu favorito.
Con aguja, dos botones e hilo,
pronto tuvimos protagonista para tus cuentos.
Y necesitábamos un nombre,
y Enare ni siquiera caminaba,
y tú lógica absurda quiso que le llamásemos Guantes.
Y tú lo movías,
yo cantaba
y ella se quedaba dormida.
Y pestañeamos y ya nos pedía los cuentos,
con sus princesas, sus héroes,
príncipes, castillos y heroínas.
Y volvimos a pestañear
y vinieron esas madrugadas,
en que leía bajo las sábanas
y yo le decía que apagara la luz,
y tú llegabas y, sin que me enterara,
le decías que un poquito más.
Todavía aún recuerdo aquellas tardes
en las que aparecías con ramos de rosas
y me besabas, a traición, por la espalda,
y luego me abrazabas.
Y cambiábamos todas las flores del jarrón
excepto una, azul esperanza,
azul calma.
Todavía aún recuerdo cómo me mirabas,
cómo reías y cómo llorabas
mientras me decías que me querías,
que estabas siempre y estarías,
que siempre nos cuidarías.
Todavía recuerdo nuestro primer beso,
en el que el caballero se quitó el yelmo
para besar a su amada.
Todavía tus latidos en la armadura
y mirarnos y pasear de la mano
por el cauce de aquel río nada vacío.
Todavía recuerdo cómo alquilamos nuestra primera casa
y nos repartimos las cenas,los baños y las escobas…
y el sofá y las primeras películas,
y el fin para siempre de tus noches de insomnio,
y el comienzo de noches locas,
noches de sueños.
Todavía recuerdo aquella primera cosecha,
de un huerto, en el jardín,
junto al árbol que plantamos juntos,
el día que nació Enare.
Todavía recuerdo aquellas noches,
en las que venías a recogerme del trabajo
y traías la cena y acabábamos en las estrellas.
Todavía recuerdo el día en que me dijiste que no me asustara,
que tú no tenías miedo,
que aunque no te viera,
siempre ardería tu fuego.
Todavía recuerdo el día en el que encontré tu libreta,
en la que anticipabas lo que pasaría
y creías vivir diciendo una mentira,
porque sabías, sabías que te irías,
que tu hora llegaría antes que la mía
y me mentías, me mentías a la cara,
diciéndome que siempre estarías.
Y viviste creyendo que me contabas una gran mentira,
a la vez que intentabas buscar la medicina.
Y buscabas la fórmula,
y nos sonreías, nos hacías felices,
nos contabas historias,
nos abrazabas, cosías tus calcetines,
nos apagabas la luz, nos mirabas,
nos querías.
Todavía recuerdo tu última sonrisa,
tu último mal chiste y que nosotros plantamos
un domingo, las flores para tu tumba,
que todos los meses cambiamos,
todas, excepto una.
Todavía recuerdo cómo me enseñaste a escribir poesía
y que me hiciste ver que para algo sí servía,
porque siempre fue tu cura,
tu manera de estar,
de perdurar,
de vivir nuestra inmortalidad.
Todavía recuerdo cómo te miraba cuando me leías
y pensabas que lo hacías mal,
que era una afición absurda.
Todavía hoy aún nos mira,
Guantes, con una sonrisa bien cosida
y te fuiste,
te fuiste sin saber que no nos contaste ninguna mentira,
porque aún estás,
porque ahora,
ahora que soy yo la que escribo poesía,
he de decir, que no nos querías,
que decir eso sería una mentira,
porque lo que tú sentías,
lo que sentías,
nunca fue pasado,
ayer, ahora, y mañana todavía,
digo que nos quieres,
que no mentías,
que ahora y siempre,
eres el amor de mi vida.

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