Todo se desvanece
como en aquella casa de hojas,
caduca,
que cada otoño, desaparece.
Y el miedo, el pavor, terror,
de no saber qué vives,
ni cómo es mejor hacerlo,
de desconocer la palma de su mano.
Y sueño que te llevaré el café
y que el pasillo olerá a tostadas
como esta misma mañana.
Y un abrazo,
primero un párpado, luego el otro,
quizá a la vez, y pestañeo,
no están tus brazos,
suena la radio,
‘sigue por la carretera’.
Tu cuello todavía huele a mis labios,
mi camisa, en el asiento de atrás,
con el calor de tus dedos que la desabrochaban.
Y el espejo dibuja la silueta de aquella rosa,
roja como tus mejillas cuando hablamos de sexo.
Llega el agua, poco a poco, a las raíces,
en nuestra ausencia, lentamente,
riega ardiente nuestras cicatrices.
Parpadeamos, es invierno,
meto las manos por debajo de tu gorro,
te acaricio la cabeza, te beso la frente
y chillo, chillo riente
con la helada bola de nieve que me metes en la espalda.
Y me arañas, te acercas, te revuelves,
loca, cariñosa, desquiciada,
bailamos bajo las sábanas.
Nos burlamos del mercurio,
le plantamos cara sudando bajo cero.
Ya ves, parece que el sol asoma,
pero otra vez caen los párpados
y queman, hielan,
sed, hambre,
vómito berbo sumum,
te pierdo en los delirios,
nos llegan misiles de ideas.
¿Será cuadrilátero nuestra cocina?
Gancho derecha, patada izquierda,
¿quién lava los platos?
¿Todavía se dice hacer la colada?
¿Te has dejado la puerta abierta?
¿Quién lava los baños?
La tele está alta.
Y del reflejo, la rosa aparece en la cama,
y la luna, girando sobre sí misma
abandona la madrugada,
nos trae la mañana,
abrimos los ojos,
es de día, es primavera,
no verano todavía.
Y empiezan a crecer las ramas,
las llenamos de películas,
de funciones, de besos, abrazos,
de carreras, risas, caricias,
sustos, infartos de nuestrocardio,
rosas eternas que acaban por ser blancas.
¿Dudo? ¿Dudas?
¿Te hace dudar mi duda?
¿Tal vez mi seguridad?
Te noto intranquila,
menos cuando me abrazas
y todo da igual
hasta que pestañeamos y no, no es verdad,
que todo importa,
no me digas que da igual.
No da igual, pero hemos de pestañear,
y en cada pestañeo,
si puedo elegir,
prefiero soñar, abrir los ojos
y que sigas ahí,
que me roce tu pelo,
que me caliente tu respiración,
que nos tomemos los latidos a pecho,
dejar que dicte el corazón.
Nada se desvanece,
como en nuestra casa de hojas,
perenne,
que cada primavera, reaparece.
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