lunes, 16 de mayo de 2016

No leas esto (III)

No sé, nadie sabe, no sabemos en qué momento de nuestras vidas nos enseñan a renunciar a los sueños. Hay a quienes se lo dicen desde bien pequeños, demasiado, y luego son personas que se rinden a la mínima, inseguras. A otros les educan con esa mentalidad triunfante y ganadora incapaz de afrontar un fracaso, su caída, sin duda, es desde más alto que esos primeros que nunca soñaron. ¿Yo? Yo soy de las personas que están entre medias... Sigo sueños, tengo muchos, cada vez más, soy algo alocada, hasta que miro a mi alrededor y pienso. Y me pongo algo triste, porque seguir un sueño es renunciar millones de ellos, pero también es cuestión de saber elegir. Decidí estar con él, quedarme a su lado y me lo paga desapareciendo. A veces me entran unas ganas de pegarle y decirle lo idiota que es... pero es triste, porque si lo hiciera seguramente él me haría reír o lloraría, lloraría conmigo y acabaríamos llorando los dos, abrazados, mirándonos a los ojos, o incluso haciendo el amor de esa manera que solo se puede hacer después de una pelea.
¿Renunció él a algo? la verdad, yo sabía que sí, aunque nunca me lo dijo. Él, en cambio, sabía a lo mucho que renunciaba yo o, al menos, a lo mucho que le hacía creer que estaba renunciando. Hoy siento haberle hecho creer que era un privilegio estar conmigo, que yo estuviera con él, aunque esto era algo que él llevaba por bandera: Yo: su diosa, su musa de ojos alegres. Él: súbdito, vasallo de yugo dorado. Me gustaría haberle hecho sentir alguna vez justo lo contrario, que yo no era su diosa ni él era mi esclavo. Que alguna vez él hubiera sido el dios y sentirme yo su más devota seguidora. Pero él nunca quiso que me sintiera así. Él decidió que mi lugar era el firmamento, las estrellas, que yo volaría y que él, que él siempre estaría en tierra y nunca me dejaría caer, que aunque sintiera renunciar a mil cosas, elegirle a él significaba tener un trampolín, un lugar donde impulsarme para abrir las alas y volar hasta donde nunca pude imaginar.
Es difícil hablar cuando eres la que busca. Cuando no puedes más simplemente te limitas a recordar, una y otra vez, cada conversación, cada caricia... y, con la perspectiva del tiempo y las venas empapadas de sangre meláncolica, solo piensas en cómo habrías hecho mejor las cosas. Y recuerdas que él nunca quiso que nada hubiero sido diferente, que alguna vez mirabais juntos al pasado y él se alegraba de todo, hasta de los malos momentos. Decía que les tenía un especial cariño, no por el contraste para apreciar más los buenos momentos, sino todo lo contrario, le gustaban esos momentos menos buenos porque decía que conmigo eran posibles, que podían ocurrir y sabía que no pasaría nada, porque había algo por encima de todo... Bueno, la verdad es que era una persona un tanto especial, especial en el sentido de raro y peculiar. Tan nervioso él... No sé cómo estará llevando el estar solo tanto tiempo, supongo que está solo, porque sé que está vivo, sé que está vivo y perdido. Era listo, listo, pero idiota, y si alguien le hubiera secuestrado se habría hecho el héroe y habría conseguido escapar o habría muerto en el intento. Pero no, no ha muerto, porque eso lo sabe mi corazón. Y si no ha muerto, está vivo, está vivo y tiene que estar perdido, porque sé que no hay en el mundo ningún motivo por el que me haría pasar tanto tiempo pensando que está muerto.
Tenía razón, siempre me solía decir que al final de todo, cuando todo se va a acabar, lo único de lo que te puedes arrepentir, lo único que no quieres decir es 'Y si...'. Yo, ahora lo entiendo, la primera vez que me lo dijo le miré con cara de niña enamorada y le hicce pensar que admiraba su inteligencia ante frases de ese tipo, pero ahora, con el tiempo, no hay día en el que no viva sin ese 'y si...'. Pero va a cambiar, hoy todo cambiará, porque va a volver. Nadie lo sabe, solo yo, voy a estar con él, aunque para ello, aunque para ello haya de morir. Está decidido: hoy muero.

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