jueves, 1 de enero de 2015

Una piedra

Aquí está: una piedra. Pero una piedra que no es solo una piedra. Una piedra que encontramos en el río, aunque prefiero pensar que ella nos encontró a nosotros. Tampoco es solo una piedra, en realidad eran dos, pero conmigo solo hay una. Habíamos viajado juntos. Cenamos, jugamos, dormimos y despertamos uno al lado del otro. Mi mano de vez en cuando se estiraba y tocaba su cuerpo, su cara o su pelo. Otras veces la distancia entre ambas camas no era suficiente para evitar el tocar de su mano en mi espalda. Y fue genial poder despertar viéndola y dormir teniéndola al lado. Y desayunamos juntos. Y subimos en un coche, con música rara, no muy bien seleccionada. Y paseamos. Y había un río. Y siempre intento mirar allí donde no todos se acercan, ir un poco más allá y a ella a veces le preocupa, porque se preocupa por mí y quiere que lleve cuidado. Y ella también ve donde los otros no miran, y lo sé, aunque era día de pasear siguiendo el camino. Y yo a veces me iba. Y entonces el tropiezo, un bache, nada que la detenga. Y me vuelvo un muermo, no dejo de preguntar, porque ella me preocupa, es mi reina y no quiero que nada le falte. Y entonces paramos a descansar. Y deambulo por allí cerca, bajo al río, desde donde se ve el lugar por el que pasaba el tren. Y miro piedras. Y pienso el tiempo que llevan ahí juntas todas. Un día decidieron caer y allí estaban en el río, juntas, quietecitas, una al lado de la otra, el mundo sobre ellas, pasando los soles, las lunas, las lluvias, pasando la vida. Pero ahí estaban esas dos piedras, cuerpo contra cuerpo, abrazadas, apoyadas la una en la otra. No importaba lo que pasara. Y eran y son más reales que nadie. Son piedras, se quedan quietas, de piedra y son lo que tienen que ser, y están a gusto siendo ellas, y no son palos que pasan una y otra vez flotando y acaban rotos en el mar. Y no son la corriente, no son la hoja que se deja llevar. A ellas les gusta ser reales, ser piedras, que no son solo piedras, pero son felices porque están unidas. Y sé que si hubiera cogido solo una piedra, la otra de al lado se habría caído, la habría arrastrado la corriente, quizás se habría erosionado, o habría ido a parar río abajo.. No lo sé, pero nunca estaría tan bien como con la piedra en la que encajaba y con la que podía y puede ser la piedra que quiere ser, la que ha sido siempre y se siente bien consigo. Y entonces las cogí, las cogí las sequé y las metí en el bolsillo de mi chaqueta. Y otra vez, no eran solo piedras, ahora eran una piedra y la otra piedra, una que tras unos pasos le daría a ella y otra que me quedaría yo. Piedras que nunca van a estar separadas, porque ella tiene una y yo tengo la otra. me parecía lo más justo de entre todas las piedras elegir esas dos y salvarles la vida, asegurar que siempre estarían juntas, que no se quedarían en ese río y se las llevaría la corriente, que no vendría cualquier animal y las movería, no. Yo elegí esas piedras, yo elegí que conseguiría que siguieran juntas el resto de su vida. Y por eso no son solo piedras. Y después de dársela encontré una hoja y tenía forma de corazón. Y después comimos y me seguí preocupando y le dolía más, y se acababa el año. Y entonces nos fuimos y la vendaron, y cenamos, y jugamos, y nos reímos y salí a la calle antes de acabar el año. Estaba solo, en medio del silencio, rodeado por la noche, resguardado por la luna, cerca de árboles y unos cuatro coches y diecinueve estrellas fugaces que cumplían un mismo deseo y se hacían eternas. Y entonces di gracias y volví hacia adentro, y volví a la familia. Y brindamos el año y al fin nos besamos y seguimos jugando. Y me dio un te quiero en forma de huevo, que yo entendí y mi corazón dio un vuelco. Y dormimos al lado. Y los pañuelos, y las almohadas y las mantas y el preparar las camas. Y el que acabe el día y empiece el año y ella esté a mi lado y no puedo ser más feliz. Porque ella me quiere, porque de su corazón soy vasallo. Y entonces se duerme y escribo con lágrimas y la miro y la quiero y me duermo tranquilo. Y suenan rugidos ronquidos y escucho su voz. Necesita mi mano y no puedo estar más contento, contento pero preocupado porque le está haciendo daño y no tengo solución y solo le brindo mi mano, mi mano y mi voz y mi tacto y cierro los ojos, y la tocó e intento enviar energía toda la que tengo y rezo para que me pase su daño y se le olvide todo, rezo para que esté bien y pueda soñar. Y entonces dormimos y la sigo soñando. Y despierto, la miro y sé que estoy soñando, sé que estoy soñando y a la vez es mejor que un sueño porque es real y abro los ojos y estiro el brazo y la puedo mirar, la puedo tocar. Y entonces nos levantamos y la acompaño al baño, y recogemos cosas, hacemos las camas y desayunamos. Y volvemos abajo, los sacos, las tablas, los juegos, las bolas, los pijamas, las chaquetas y bolsas. Y subimos al coche, ya nos vamos. Y no me doy cuenta de lo tonto que soy hasta después, cuando me he quedado como me tenía que quedar y he bordado con ellas libretas y le he dado un beso y hemos hablado y ha sido tan genial. Y he comido en familia y he escrito en su libreta y he metido bajo sus sábanas un pañuelo que nunca viene mal. Y sus padres me han regalado, nos han regalado un cuadro, que sé que no es un cuadro, pero para mí será el cuadro que adornará nuestro estudio. Y he vuelto, y le he dicho que me he duchado y he metido la mano en el bolsillo, y entonces me he acordado, ahí estaba esa piedra que no es solo una piedra, esa piedra de amor eterno y muchos besos, esa piedra de la sonrisa, esa piedra a la que le he hecho una foto para poder escribir mientras ceno y pienso en ella. No, no pienso en la piedra, pienso en ella, la reina de este flaco y enamorado y princeso.
2015-01-01 20.15.58

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